Yo Cadete Firpo, II


Poseidon, en el corazón de Gotemburgo.

Por:
Luis Eduardo Schroeder Soto
24-026 Desde Suecia.

Publicado en la Cyber Corredera No. 177.
(2015.12.03)

Yo Cadete Firpo; Portada: Introducción al Relato. Contiene enlaces para todos los capítulos.


Por fin el viaje a Suecia.


Después de dos (2) meses [1955.06.05-1955.08.02] de larga espera en la Escuela de Cadetes en Bocagrande, el día martes 2 de agosto de 1955, fue verdaderamente grato saltar de la litera temprano en la mañana. No había logrado consolar el sueño durante la noche, pensando en que, por fin, llegaba el día de partida para Suecia. Los últimos cinco (5) días habían pasado vertiginosamente, y todo se hacía a las carreras. De pronto, hacer el “Talego marinero” para la jornada, no era cosa fácil. Nunca antes en mi joven vida, había poseído tanta cosa buena: uniformes para clima frío y cálido, con respectivos zapatos, gorra, palas, insignias, etc., etc., con la respectiva dotación para deportes y gimnasia. A esto había que agregar lo recibido de mis Padres en Bogotá, que no era poca cosa, con dos mudas completas de ropa de civil, incluyendo poderosos vestidos de paño “EverFit”, zapatos, bufandas, guantes, etc., etc.  ¡y mi chompa de piloto canadiense! …forrada en cordero blanco, con cuello de piel de oso; libros, un par de cuadernillos para diarios, …y cosas lindas como una medallita con cadena en oro, de mi Madre; una magnífica pluma fuente “Parker” de mi Padre, y la anunciada cámara fotográfica. La larga y agotadora espera, navegando en un mar de incógnita y suspenso, se había convertido en una feliz Noche Buena de cinco bellos días.

Vistiendo impecables uniformes negros, y luciendo en el brazo izquierdo un distintivo con el nombre de Colombia en hilo áureo, partimos al medio día orgullosos y henchidos de contento, habiendo sido premiados con una emotiva arenga de despedida pronunciada por nuestro Director, Capitán de Navío Julio Cesar Reyes Canal, que terminaba con nuestra fogosa consigna… ¡Buen viento y buena mar!

Los diez Cadetes Firpo:
  • Acuña Patiño, Raúl.
  • Beltrán Gutiérrez, Jorge Enrique;
  • Bermúdez Cunha, Edgardo.
  • Campos Castañeda, Alvaro.
  • Fernández Tovar, Oscar.
  • Gomez Lecompte, Roberto.
  • Laborde Restrepo, Antonio
  • Schroeder Soto, Luis Eduardo.
  • Torres Herrera, Jorge Alfredo.
  • Trujillo Gomez, Camilo.

Nos embarcamos con nuestros bagajes, en un bus de la Escuela destino al aeropuerto de Crespo. El Oficial Ayudante de la Dirección, nos acompañaba. Una vez chequeados en el mostrador de Avianca, quedamos “ipso facto” bajo el cuidado, responsabilidad y servicio de esta aerolínea, en “Primera Clase” para cubrir la ruta Cartagena – Gotemburgo, con escalas en Barraquilla, Nueva York, y Hamburgo.

Super Constellation de Avianca.
Algunos familiares y amistades, se habían congregado allí para despedirnos. En aquella comitiva de calor humano, el júbilo se mesclaba con la tristeza, y era tanta la emoción que se vivía, que todos curiosamente hablaban en voz baja. Mi Tío Luis, que muy amablemente me había asistido en todas la maniobras y diligencias, para proveerme de lo necesario que se nos había recomendado llevar con nosotros, también estaba allí. En un aire de grata cordialidad familiar, todos nos saludábamos compartiendo y disfrutando de los miles de felicitaciones, y expresiones de buena suerte.

─ Eduardo, ven conmigo un momento.

Me dijo mi Tío tomándome del brazo, y apartándome del jolgorio colectivo, me condujo a una cabina para llamadas de larga distancia. Todo ocurrió tan felizmente rápido, que, aturdido por la intensa emoción, de pronto me encontré hablando con mis Padres por teléfono. Para lo que siguió luego, no encuentro palabras para narrarlo. Recuerdo sí, con sagrada fidelidad, lo que cada uno de ellos me dijeran, empezando por mi querida Madre, que muy emocionada, relativamente pronto pasara el auricular a mi Padre. De lo que yo lograra expresar, tratando de romper el tremendo nudo en mi garganta, aún resuena en el fondo de mi alma, el vago balbuceo de “Sí”, repetidas veces, “Yo también”, y “gracias, gracias…” Llevaba siete (7) meses sin verlos, y serían cuatro años más los que pasarían hasta nuestro próximo encuentro.

─ ¡Vamos, que ya pronto tienes que embarcarte!

Nuevamente, la voz de mi Tío rescataba al intrépido Cadete, en este caso, del ostensible abatimiento del tierno hijo.

─ Mira; toma esto de parte de tu papá, y esto de parte mía con todo cariño, seguro que te servirá para algo. Guárdalo con celo en un bolsillo seguro.

Entregándome un par de sobres “gorditos”, me ayudaba a meterlos en el bolsillo interior de mi marinera. Me dio un fuerte abrazo, y conduciéndome hacia la salida a plataforma, agregó:

─ Te extrañaremos mucho. Escribe con frecuencia a tus Padres, y por ellos yo me enteraré de tus cosas. ¡Buena suerte hijo!

Jorge Beltrán, Antonio Laborde, Eduardo Schroeder,
Camilo Trujillo, y Raúl Acuña - En Hamburgo.

El vuelo en un bimotor DC3 de Avianca, al Aeropuerto de Soledad en Barranquilla, tomó unos 20 minutos en el aire. El calor en la “Arenosa” era insoportable, por lo que nos permitimos llevar la marinera de paño en el brazo. La mayoría de los Firpo fueron alojados en hotel en horas de la tarde, pero yo con otro compañero, aceptamos la cordial invitación de Edgardo (barranquillero) de instalarnos en su cómoda y fresca casa en la ciudad. Mejor lugar para reposar, y nuevamente poner los pies en la tierra de la realidad, no existía. La bella amabilidad de su querida familia, me prodigó la tranquilidad que necesitaba, a vísperas del inicio del largo exilio voluntario que nos esperaba.

Al día siguiente, miércoles 3 de agosto de 1955, con el vuelo 668 de Avianca destino Nueva York, en enorme Super Constellation, dejábamos los diez Cadetes Firpo el suelo patrio. Delante de nosotros todo sería emocionantemente nuevo. Anocheciendo aterrizamos en el Aeropuerto Internacional de Idlewild, hoy John F. Kennedy. Hospedados en un pequeño hotel en Manhattan, tuvimos al día siguiente, 4 de agosto, unos minutos en la maña, para dar una corta caminada por sus calles de negocios, en donde logré comprar un par de gafas “Ray-Ban”, que me acompañarían el resto de mi vida.

Al mediodía ya estábamos viajando en par de limusinas, con los afanes en pleno tráfico de la enorme urbe. Una vez en el aeropuerto, se nos presentó el típico problema de falta de cupo para todos juntos, en el mismo vuelo a Europa. El negocio terminó en que tuvimos que dividirnos en dos grupos, por lo que, echándolo a la suerte entre nosotros, me tocó embarcarme junto con Camilo Trujillo, Antonio Laborde, Jorge Beltrán, y Raúl Acuña, en un vuelo de SAS (Scandinavian Airlines System), con destino a Hamburgo haciendo escala en Dublin, Irlanda. La larga trayectoria resultó muy cómoda, teniendo la fortuna, como pasajero de primera clase, de pasar la noche en una de las literas a popa de la nave, así que de la escala en Dublin no tuve la menor noticia.

Obispo, Kim y Eduardo.

En el mismo vuelo viajaba la hermosa Kim Novak, a la sazón de 22 abriles, que se encontraba protagonizando un roll en la película “Picnic”, que tuviera un éxito rotundo. Un par de palabras tuve el placer de intercambiar con ella, lo que luego, a nuestro arribo a Hamburgo en horas de la mañana del día viernes 5 de agosto, me redundó en el exclusivo privilegio, permítame Ud., de tomarme una foto con ella, que encantado incluyo. El señor que se ve a la izquierda, es un Obispo que venía de un evento Episcopal en Brasil, y como cosa curiosa, por alguna razón mundana, muy entendible, por cierto, se le había olvidado tomar consigo su costosa Biblia, dejándola en la cabina del avión, pero en esas que estábamos tomándonos la foto, una amable azafata descendió del aparato trayéndole su espiritual tesoro.

La estadía de tránsito en Hamburgo resultó algo prolongada, así que, una vez efectuado nuestro trasbordo a una aeronave menor, el arribo al aeropuerto de Torslanda en la ciudad de Gotemburgo, nuestra meta final, fue a eso de las cuatro de la tarde, que parecía ser pleno mediodía, por la claridad del verano en la latitud nórdica a la que llegábamos. El Cónsul de Colombia, Sr. Maximiliano Uribe, salió a nuestro encuentro premiándonos con una efusiva bienvenida.

Varias cosas me impactaron, con solo haber transcurrido media hora de llegado a Suecia: la claridad del día con un hermosísimo cielo azul; el enorme silencio que parecía triplicar el volumen de la atmósfera; el aseo y orden ambiental, con todo en su debido puesto, sin papeles ni colillas por ninguna parte; y el tráfico de vehículos por la izquierda, como en Inglaterra.

Eduardo y Camilo pasan a bordo.
Embarcados en un pequeño bus, un empleado del Consulado nos repartió instalándonos cada uno en apartamentos diferentes, todos ubicados a corta distancia en redondo a la Escuela Superior de Comercio, en pleno corazón cultural de Gotemburgo. A mí me toco en casa de la Fröken (Señorita) Emma Pilfors, una encantadora dama en sus buenos 63 años, cinco escaleras arriba, sin ascensor, en un edificio de seis pisos, en la calle Molinsgatan No. 13, a solo dos (2) cuadras de Götaplatsen (la Plaza de Gota), mismísimo corazón de Göteborg (Gotemburgo), y a cinco (5) cuadras, a salto de caballo (en ajedrez), de la citada Escuela de Comercio. El cuarto que me había reservado Fröken Pilfors, era el mayor de su enorme apartamento, con un mirador de grandes ventanales, destinado y amueblado como biblioteca, en el que tenía instalado un espléndido sofá-cama. Me pregunto si el número 13, influiría en algo en los fatídicos sucesos que desvelo en la “Anécdota insólita” que sigue abajo.

Nuestra instalación previa en Gotemburgo, antes de ingresar a la Real Escuela de Guerra Naval, al Norte de Estocolmo, se debía a que el curso de “Aspirantes” suecos, del contingente al que los Firpos nos integraríamos a principios de octubre, se encontraba embarcado en instrucción de marinería, en las goletas HMS Gladan y HMS Falken de la Real Flota de Suecia, desembarcando a fines de septiembre. Encontrando este entrenamiento superfluo para nosotros, se dio prioridad a nuestro debido aprendizaje de la lengua sueca, y repasos intensivos en Física y Matemáticas, en cursos programados y organizados con el apoyo académico de la mencionada Escuela Superior (Universidad de Economía), especialmente destacada dentro de la organización de la Universidad de Gotemburgo. Los estudios, exclusivamente diseñados para los Firpos, tenían una intensidad de ocho (8) horas diarias, asignando el 50% a la lengua sueca, y el resto compartido entre Física y Matemáticas, con una duración de dos meses completos. Queda en su lugar agregar que, Fröken Pilfors tenía estrictas instrucciones de solamente hablar en sueco conmigo. A propósito, Fröken (señorita) se pronuncia (froeken, uniendo la “o” y “e” en un solo sonido). Lo traigo a colación, porque más adelante lo emplearé con especial afecto.

Antonio, Álvaro, Oscar, Edgardo y Roberto,
en clase de sueco
.
Otros de los motivos por el que se elegía a Gotemburgo, como base para nuestra previa preparación académica, radicaba en el hecho de que, en los astilleros AB Götaverken, ubicados en esta ciudad portuaria, se encontraba instalada la Comisión de nuestra Armada, encargada de la supervisión de la construcción de los dos (2) nuevos destructores, de la clase HMS Halland de la Real Flota de Suecia. La primera sección de la quilla del ARC 20 de Julio, sería tendida en su rampla de construcción, en octubre de este mismo año, en los astilleros AB Kockums, en la ciudad de Malmö en el Sur de Suecia, mientras que, la correspondiente del ARC 13 de Junio (futuro 7 de Agosto), sería tendida en noviembre en esta ciudad de Gotemburgo. La Dirección de esta Comisión, estaba integrada por el Capitán de Fragata Ricardo Azuero Vargas (ingeniero), y Capitán de Fragata Jorge Berrío Posada (cuerpo general), de quien dependíamos, bajo sus directas órdenes, los diez Cadetes Firpo, durante los meses de entrenamiento en esta ciudad. Queda oportuno anotar que, durante toda nuestra estadía, deberíamos mantener y respetar estrictamente, el alto grado de clasificación confidencial, vigente para todo en conexión con la Operación Firpo, en la que participábamos, y además, cumpliríamos en permanecer vistiendo ropas de civil.

Gotemburgo, fundada en 1621, es la segunda ciudad de Suecia después de la capital Estocolmo. Está ubicada en la provincia de Västra Götaland sobre la costa oeste del país, en la desembocadura del río Göta en el estrecho de Kattegat. Tenía entonces una población de unos 400.000 habitantes, con un área metropolitana alcanzando los 700.000. Su puerto es el más grande e importante entre los países nórdicos, a razón de que sus aguas se mantienen descongeladas durante todo el año, lo que hace que sea el mayor puerto de tránsito de las exportaciones e importaciones de Escandinavia. Tres grandes astilleros, y las industrias de SKF y Volvo, tienen sus sedes y factorías en esta ciudad. Gotemburgo es también una ciudad universitaria de reconocidísima categoría y jerarquía, con una numerosa población estudiantil que, aporta a la urbe gran dinamismo y una imagen de alegre juventud. Sus habitantes son joviales, humorísticos y esforzados, identificándose con una historia de hombres y mujeres de mar y de industria.

Armas de Gotemburgo.
A razón del dinamismo industrial sueco, con voluminoso comercio y exportaciones, de tanto productos industriales, como de patentes y negocios de dodo género, especialmente con Latinoamérica a través de los años, ha hecho que la Escuela Superior de Comercio, se haya especializado en formar economistas internacionales, dominando el castellano, de tal categoría y preparación profesional, que son absorbidos no solo en Suecia, sino en el mundo entero, por compañías de todos los tamaños en las áreas industrial, comercial, científica, cultural, etc. Con estas magníficas premisas, la Escuela albergaba en su seno, al Instituto Ibero-americano contando con una espléndida biblioteca, repleta de las más exclusivas colecciones, y ejemplares en español, cubriendo el universo de esta lengua en todas las artes, y oficios. Este gran tesoro, fue lo primerísimo que descubrí al poner mi pie en esta “alma máter”.

Mi “confrontación” con la lengua sueca, fue extremadamente difícil y ejemplarmente placentera. Es una legua de la familia nórdica, en la que también entran el noruego y el danés. Es pobre en lo que se refiere a gramática, cantidad de palabras y diversidad de expresión, pero excepcionalmente rica en vocablos y modismos cortos, concretos y claros, convirtiéndola en una lengua práctica, muy a tono con la idiosincrasia de la población sueca. Su gran dificultad consiste en que la pronunciación, no siempre concuerda con la escritura de las palabras. La encontraba tan diferente a nuestra lengua que, paradójicamente, se me hacía fácil aprenderla, permitiéndome hacer alarde de que, llegada la hora de sentarme en las aulas de la Escuela Naval, a donde fuera becado, ya me encontraba lo suficientemente ducho, para aceptar el gran reto de seguir sin dificultad, tanto las altas y sofisticadas lecciones en el arte naval, en riguroso idioma sueco, como para hablar y hacerme entender culta y harmoniosamente en sociedad.

Gotemburgo es rica en extensas zonas verdes, parques interurbanos, y amplias alamedas, estando “nuestra” Escuela ubicada en la vecindad de un bello oasis floral, rodeando la señorial Iglesia de Haga (se pronuncia “jaga”), llamado Hagaparken, o sea el Parque Haga, al que me referiré más adelante con personal miramiento. A una cuadra de este parque se encontraba el restaurante Victoria, preferido corrientemente por ejecutivos y gente de negocios, en el que los Firpos tomábamos todos nuestros alimentos: desayuno, almuerzo y comida.

Profesor Olsson, Roberto, Jorge, Oscar, Álvaro,
 Edgardo y Eduardo,
en despedida de Gotemburgo, el día de
mi cumpleaños, 1955.10.01.
En esta bella ciudad de Gotemburgo, permanecí con mis compañeros Firpos, los días que me restaban de mis 17 años, siendo así que, precisamente cumplidos los 18, al día siguiente domingo 2 de octubre, volvimos a vestir nuestros flamantes uniformes negros, portando con orgullo la insignia de Colombia, para tomar el tren en viaje a Estocolmo, y de allí en bus hasta Näsby Slott (el Palacio de Näsby), en la Comuna de Täby al Norte de la capital, sede de la Real Escuela de Guerra Naval, nuestra meta en la que, Dios mediante, nos convertiríamos en Oficiales de nuestra Armada Nacional, sirviendo en ella para «…satisfacción de nuestros padres, de la sociedad y de la Patria…», como escribía mi Capitán Reyes Canal a mi Padre el 28 de julio de este año 1955. (Yo Cadete Firpo, I)


Anécdota insólita.

A forma de exordio.


Empiezo reconociendo que, hasta el último instante, antes de enviar mi artículo a publicación, dudé en aventurarme a incluir esta, para mí, importantísima revelación. Lo que me llevó a hacerlo fue el pensamiento de que, de no divulgar ahora su atrevido contenido, con la más absoluta seguridad, no sólo me arrepentiría luego, sino que también me martirizaría el resto de mis días. Todo radica en el lamentable hecho, de tratarse de uno, el primero, de dos (2) delicados y transcendentales acontecimientos, en los años que llevo de vida, que ya son muchos, por ir cargados de lo más inmerecidamente injusto y torturador, vividos por mí durante mi servicio en nuestra querida Armada.

Seguro que estoy, que son más "ísimos" que muchos, mis compañeros tanto coetáneos en mi carrera naval, como en los contingentes que vinieron posteriormente, los que han heredado la particular “historia” por la que improcedentemente se recuerda al Cadete Schroeder, es ésta, en verdad, una valiosa oportunidad para, por fin después de tantos años, tener el gusto de dar a todos, una honorable satisfacción que, sin duda alguna y felizmente, redundará en ecuánime vindicación de su memoria. A propósito, corresponderá más adelante a mi Teniente Schroeder, Dios mediante, la delicada tarea de narrarles el segundo, de los mencionados acontecimientos.

La verdad escueta.


El lunes 8 de agosto de 1955, el primer día de lecciones en la Escuela Superior de Economía en Gotemburgo, me suceden cosas extraordinarias e imprevisibles, con efectos de significativa transcendencia en mi vida. En las horas de la mañana empezaron nuestras emocionantes jornadas para aprender el idioma sueco. Las clases nos las daba una simpática profesora, que dominaba el arte de introducir a un latino, en el complicado mundo lingüístico al que, lo antes posible debíamos integrarnos, para cumplir con nuestra sagrada misión por estas latitudes. Sus aulas eran divertidas, difíciles y muy provechosas. En las horas de la tarde, específicamente a las 14:00, teníamos programada en el mismo local, una importante reunión con el Señor Comandante de la Operación Firpo en Gotemburgo, pero antes tomaríamos nuestro almuerzo en el cercano restaurante Victoria.

Parque Haga en Gotemburgo.
Debo mencionar, que ya empezaba a tener ciertas dificultades con la comida en Suecia, tan distinta como era, a la que mi estómago estaba adaptado en nuestras latitudes tropicales. Después de tomar mis alimentos con poco apetito, salí del restaurante a dar una pequeña caminada por el cercano Parque Haga; una sencilla y saludable recreación al medio día, que en el pasado fin de semana ya había descubierto. Conmigo llevaba un par de “panes duros”, unas galletas rectangulares de harina integral de trigo, del tamaño de un billete de USD 20 y unos 4 mm de espesor, con las que todo sueco acompaña sus alimentos, pero que a mí me era difícil llevar a la boca, prefiriendo dárselas a las palomas del parque, que encantadas las recibían, como ya había constatado en los días anteriores.

Me encontraba divirtiéndome obligando a las aves, hacer ciertas piruetas en manada, para atrapar los pedacitos de galleta que, con estudiada disposición, yo lanzaba al suelo. Reconozco que mis trucos daban un recreativo efecto, muy apreciado por las mismas palomas, que inteligentes me premiaban con avanzadas acrobacias en el aire; una grata diversión también apreciada por un pequeño público, que con espontáneas carcajadas demostraba su gratitud y gozo. Entre los espectadores pronto noté que, en uno de los bancos más cercanos, una madre con su tierna hija, seguían el corto espectáculo con especial atención. Terminándose el pan y con él los alegres minutos, me abordó una sensación de merecida complacencia.

Raúl Acuña, Tico Gómez, Toño Laborde,
Camilo Trujillo,  Jorge Beltrán y Jorge Torres,
 en  la  Escuela Superior de Comercio.
Las amables miradas y afectuosas sonrisas, provenientes de mi exclusivo público en aquel cercano banco, súbito indujeron en mí, el insólito denuedo de acercarme a saludarlas, muy cordial- y respetuosamente, y en el idilio familiar del parque que recuperaba su tranquilidad, se entabló una amena conversación, en un fabuloso enredo entre español, inglés, y las primeras palabras en sueco que en la mañana yo aprendiera. Naturalmente, correspondiendo a la sincera simpatía que la amable Señora compartía conmigo, discretamente me acomodaba a satisfacer su curiosidad de madre, entre otras cosas por conocer, lo que me trajera por aquel lugar. Mi respuesta se limitó a dejarle saber, que era estudiante temporario en la vecina Escuela Superior de Comercio, a lo que ella espontáneamente reaccionara con cierta admiración, premiándome con su cordial lisonja de reconocer mi juvenil semblante, ingenuamente incompatible con los avanzados estudios en tan exclusivo establecimiento.

Como era de esperarse, mis 17 octubres, y, por cierto, el Caribe colombiano detrás de mi bronceada tés, salieron a relucir justificando lo que ella, muy amablemente sugiriera, sobre mi cortés exotismo. Acerca de las galletas le contaba, que las había tomado del cercano restaurante Victoria en donde tomaba mis alimentos, y siendo ésta un área universitaria, la gentil Señora se interesó por conocer en dónde me alojaba, por lo que, con mucho gusto, le hablé de la comodidad y el familiar afecto que Fröken Pilfors me prodigaba, en su apartamento en Molinsgatan, bastante cerca de la Escuela. Obviamente, tuve el gusto de presentarme de nombre y apellido, todo a la altura de un genuino caballero.

Era un día excesivamente caluroso, se decía, por lo que, pasados unos minutos de afectuoso diálogo, me atreviera a preguntar, si existía en la cercanía algún lugar en donde poder comprar unas Coca-Colas para refrescarnos. La madre de la niña agradeció absteniéndose, de lo que interpretara como una invitación de mi parte, pero muy cordialmente preguntó a su hija, si pudiese tener la amabilidad de guiarme a una terraza en las inmediaciones. Dicho y hecho, pronto llegamos a una cercana “fuente de soda”, en donde me resultó fácil hacernos servir una bebida sueca llamada “Solo”, por falta de la americana. Consciente de que el tiempo corría demasiado rápido, me apresuré a escoltar a mi pequeña acompañante, de regreso al parque al lado de su madre, pero llegados allí, infelizmente no la veía por ninguna parte. Traté como pude, de preguntar a la pequeña Fröken sobre el posible paradero de su madre, pero en el afán que, ya me confundía, nada conseguía adelantar, y fijando mi mirada en las manecillas del reloj de la Iglesia Haga, que amenazadoras mostraban una avanzada posición, de inmediato me causaron pánico. Considerándome obligado a entregar a la menor al lado de su madre, a la vez que mi deber me llamaba sin miramiento alguno, dando prioridad a lo mío, por más grosero que se me pudiera interpretar, pidiéndole mil disculpas de la mejor manera, salí volando hacia la cercana Escuela.

Camilo, Jorge y Edgardo,
en el Parque Hag
a.
En segundos cubrí los largos metros hasta la avenida Vasa. Crucé el primer carril de tráfico; corriendo a mano derecha por la vereda peatonal del medio, hasta llegar a la altura de la entrada a la Escuela, sin ver ningún vehículo que viniera por aquel carril, que yo interpretaba fuera el de la derecha, de inmediato viré a mi izquierda para atravesarlo y… ¡Tremendo pitazo, rechinada de llantas que frenaban, y un leve golpe por mi costado izquierdo! …precedieron a mi vuelo por el aire, y mi consiguiente aterrizaje en el duro asfalto.

El conductor de una furgoneta gris de trompa chata, que venía despacio, como ordena la ley de tráfico en áreas escolares, se vio sorprendido al yo, sin percatarme de su aproximación, doblaba delante de él, obligándolo a pitar y frenar en pánico, alcanzando, sin embargo, a darme en mis caderas un ligero golpe. No sé si fue el susto a causa la pitada, o el leve impacto, lo que me hiciera perder el balance, y cayera golpeándome contra el suelo. El alarmado hombre en segundos se encontró a mi lado, al igual que otros peatones, y todos juntos se afanaban en reconocer mi estado. La vociferación era atroz. Reprochándome mi falta de cuidado, el conductor trataba de disculparse, a la vez que los furibundos peatones condenaban su imprudencia. Del grupo que saliera a mi socorro, no faltaron los “expertos” que antes de levantarme, con prudencia me palpaban la cabeza, cuerpo y extremidades, cerciorándose que todo estaba en normal orden, mientras que yo, nada entendía en medio del despelote, y tan sólo me preocupaba en buscar con la mirada la entrada a la bendita Escuela. Localizándola por fin, como pude me desprendí de aquel joto, y a zancadas alcancé las manillas del pesado portón, y de un salto me encontré en el interior del edifico. ¿Cometía yo una infracción escapándome del lugar del accidente? Es muy probable, pero tales inquietudes no entraban en mis prioridades del momento.

Álvaro Campos en la Escuela
Superior. Al fondo, la entrada
a nuestra aula.
¿Qué había acontecido allí afuera?  Sencillamente que mi maquinaria interna, no estaba reajustada ciñéndose al… ¡Tráfico por la izquierda!  Con toda seguridad y automáticamente, yo había avistado y “ploteado” la presencia y movimientos, de la chata furgoneta por mi babor, constatando, a razón de su poca velocidad, que llevaba un rumbo relativo contrario al mío, alejándose lentamente por su presunto carril derecho, del paso peatonal para la entrada a la Escuela. Indudablemente yo llevaba mayor velocidad, y al girar bruscamente a babor, cuidando que, por mi estribor, el horizonte estuviera claro, como efecto lo estaba, la colisión fue inevitable. El color y las formas planas exteriores del vehículo, sin dudas influyeron en mi confusión. Por suerte los golpes en mi costado y los sufridos a mi caída, no me acarrearon lesión de importancia, además, lo que me pudiera hacerme rabiar en aquel momento, era superado por la descomunal zozobra que, a la sazón, monopolizaba mi cerebro.

La verdadera catástrofe ya era un hecho. No me explico, de dónde había sacado el denuedo para entrar en el aula. Con la decencia de no interrumpir al orador, en silencio me escurrí por el costado más próximo, hasta alcanzar las bancadas arriba en el fondo, fijando a todo instante la mirada, en el infernal reloj encima del tablero, cuyo minutero estaba casi mostrando seis (6) minutos pasadas las 14 horas, que no concordaban con los cuatro (4) de mi reloj, en el que, de todas maneras yo no confiaba. Pero por qué preocuparme de esto, si lo único que aquí importaba era mi retardo a la sagrada cita, y lo que éste debería acarrearme. Ahora, a todos los malditos relojes les dio por marchar lentamente; la sesión casi que nunca acaba, y de lo que en esta se habló, aquí no tiene importancia alguna.

Finalizado el evento, el auditorio fue instruido a retirarse, lo que acontecía despacio y en funeral silencio. Lentamente descendí hacia el podio de los oradores, y una vez en la platea, permanecí en posición de firmes, atento a ponerme a órdenes del superior presente. Fijando mi Capitán Jorge Berrío Posada, Comandante de la Operación Firpo en Suecia, su severa mirada en mí, no demoró en espetarme:

─ ¡Preséntese cadete!

Lo que cumplí acercándome a tres pasos, e identificándome como dicta el reglamento.

─ Supongo que usted tendrá razones de peso, que justifiquen su retraso.

─ ¡Afirmativo, mi capitán!


Escuela Superior de Comercio, de Gotemburgo.
Con esta respuesta presentía que me estaba metiendo en arena movediza, sin embargo, pidiéndole permiso para hablar, sobriamente me limité a darle una explicación, tocando sólo el pasaje en el Parque Haga, durante mi descanso posterior al almuerzo en el Victoria, cuando tuve el “gusto” de conocer a una familia sueca, madre e hija, con quienes compartiera unos minutos con el mayor respeto de mi parte y, que, presentándose la ocasión, se me había ocurrido invitarlas a tomar una Coca Cola, para refrescarnos del calor que a ellas sofocaba. Le expliqué muy someramente que, disculpándose y agradeciendo la Señora, mi cortés invitación, procediera a pedir a su pequeña hija, que me acompañase hasta una fuente de soda cercana, en donde tomamos unas gaseosas, y naturalmente sobre mi consecuente afán, al no encontrar a la señora madre, a nuestro retorno al parque. Haciendo hincapié en la imperante, e incómoda situación, que se me presentaba, reconociendo mi obligación de entregar la niña al lado de su madre, lo que no consiguiera lamentablemente, le expliqué que, por más que me esforzara, infelizmente llegué retrasado a la Escuela. La pura verdad, tan escueta como me fue posible, permitiendo traslucir con mi respetuoso tono, mi reconocimiento de culpabilidad, aun dejando abierta toda posibilidad, para que mi superior formulara las preguntas adicionales, que encontrara necesarias.

Nada le dejé saber de diversiones con palomas, y por nada se me ocurrió mencionar el reciente accidente de tráfico del que me escapara. Quedaba claro, entendí posteriormente, que, en mi estado de confusión en que yo callera, no recapacité en hacer valer el tiempo perdido en los diferentes intermezzos que causaron mi retraso. Es posible que en algo me hubiese ayudado trayéndolos a colación, pero infelizmente, correspondiendo a la corta exposición de mis descargos, mi superior fue igualmente sobrio en su análisis, y no vaciló un segundo en dictarme su sentencia:

─ Eso no es razón que justifique su falta de disciplina, lo que no se puede tolerar apenas empezando el curso. De seguir así, usted se hará acreedor a regresar a Cartagena. Que pase por esta ocasión, sin embargo, queda sancionado con… ¡Siete días de arresto simple!  ¿Queda entendido?

Atolondrado, permanecí rotundamente atónito. No entendía el abarque de la sanción, y mucho menos la presunta gravedad de mi falta, para merecérmela, pero de esto no se habla delante de un superior, además, de todas maneras, yo era el primero en reconocer mi retraso. Demorándome en responder, mi Capitán formuló la siguiente indagación:

─ ¡En dónde está alojado!

A lo que de inmediato respondí con los detalles respecto a la residencia de la Srta. Pilfors.

─ Esa señora recibirá las instrucciones del caso para su control. Usted está autorizado para salir a tomar sus alimentos, y obviamente asistirá puntualmente a las lecciones en esta Escuela. Su arresto comienza ahora mismo.

─ ¡Entendido, mi Capitán!

Respondí cumplidamente, teniendo claro que se trataba de un arresto “domiciliario”, por el que ya empezaba a avergonzarme sobremanera. Ahora sólo esperaba la orden de retirarme, cuando de pronto… mi Capitán agregaba sorpresivamente lo siguiente:

─ Además, el sábado que viene, usted debe presentarse en mi despacho en el astillero, en donde lo espero a las 12:00 horas, en compañía de esa “niña”, de la que usted ha hablado.

Quedé perplejo. No creía lo que escuchaba. Sentí que mis manos se aferraban fuertemente a mis piernas en mi posición de firmes, como si me estuviera a garrando de mí mismo… y alzando la cabeza, y estirando al frente mi mandíbula, en un extraño gesto de estar dispuesto a recibir más de lo que viniera… mi vista se perdió en la nada.

─ Supongo que sabrá llegar allí… y no se aparezca tarde… ¡Puede retirarse!

Estas últimas palabras las decía volteándose, con la intención de dirigirse hacia la puerta. No sé de dónde saqué aire para pronunciar palabra, con ese fuerte tono tan familiar en la boca del inferior que, con coraje, responde a su superior por algo incómodo, y aun así se mantiene respetuoso.

─ ¡Como ordena, mi Capitán!

…y antes que él, salí como un bólido por la puerta que estaba abierta. Buscaba con urgencia en el amplio atrio allí afuera, la salida que conducía a la parte de los servicios. Encontrando la puerta del baño, de rodillas me postré ante la primera tasa que encontré desocupada. De aquella truculenta reacción psíquica y física, no quiero recordarme. Además, había perdido los estribos de la vida, y todo se me hacía intensamente negro, después de trasbocar hasta mis tripas. Sudaba frío. Pasaron muchos y largos minutos que, posiblemente, me acarrearían más retrasos, pero… ¡Qué le daba! ¿Qué más podría perder?

Al salir, sin darme cuenta, tomaba la dirección hacia el portón de la calle. Me consideraba un miserable, y fue por pura chiripa que giré en redondo de vuelta al aula. De qué trató la siguiente lección, no lo recuerdo. De la Escuela fui directamente a casa de Fröken Pilfors, y llegando allí me tiré en el sofá, en el que vestido pasé hasta el día siguiente, sin poder desprenderme del nudo de horribles cavilaciones, que destrozaba mi espíritu.

Mis días siguientes fueron desastrosos. Había caído en profunda depresión. Eludía entrar en diálogo con mis compañeros, descuidaba las comidas, y por nada en el mundo se me ocurría acercarme al Parque Haga. Mi anfitriona pronto notó mi delicada situación, y se afanaba en entender lo que me afligía. Nunca me enteré si fuera instruida para controlarme, ni me importaba saberlo. Los dolores en mi costado izquierdo, en mis manos y un hombro, se hicieron presentes unos días. Un problema de mayor calibre, mantenía en jaque lo que me quedaba de capacidad para reflexiones. No entendía, cómo y por qué, a mi Capitán Berrío se le hubiera ocurrido, involucrar en mi sanción disciplinaria, no sólo a la inocente niña por quien yo me retrasara, sino a toda su honorable familia. Se me hacía totalmente imposible, ponerme en la tarea de buscarla, y sin más ni menos, pedirle que me acompañara para presentarla a “relación” en su lejano despacho. Esto no sólo era insólito, sino peligraba convertirse en un insulto para toda su familia, y… ¡Que se diga! …también en una descalabrada señal de afrenta, al nombre de la Institución que yo representaba. Por suerte, me decía, tanta confianza no había logrado entablar yo con ella y, mucho menos con sus padres, lo que me cohibía volver a encontrarla, además de que no conocía la dirección de su residencia. Seguro me encontraba de que, por nada en este mundo, se me ocurriría dejarle saber, sobre la denigrante sanción, a la que supuestamente me hiciera acreedor, por el único hecho de haber tenido el… ¡Gusto de conocerla!

Astillero AB Götaverken en Gotemburgo, 1958. Nótese el destructor ARC 7 de Agosto,
en control y pintura de su casco, en el dique flotante del medio, a la derecha.
Llegado el miércoles 10, ya había llegado a mi resoluta determinación de, pasara lo que pasara, íngrimo me presentaría ante mi Comandante el sábado 13 en el astillero. Sólo un milagro de mi Ángel de la Guarda, me podría rescatar de una tragedia que amenazaba en incrementarse. Por la tarde, después de la última lección, dirigiéndome a la Molinsgatan en donde yo habitaba, súbito me topé por el camino con la respetable niña, que, junto con una amiga suya, iban en dirección a su casa de vuelta de su escuela. Reconozco que no tuve el chance de eludirlas, como fuera mi primera intención, y que, con sólo notar la sonrisa que me diera, al acercarse por el mismo andén, ipso facto, el encuentro se tornó en grato acontecimiento. La charla fue corta, tocándome responder a un tobogán de preguntas de las curiosas y alegres señoritas. Entrando en el tema de mis intensos estudios, no vacilaron en indagarme sobre mis intereses en tiempo libre; un asunto que, como sabemos, me era a la sazón muy triste. Por tal motivo, y a falta de argumentos válidos, “por suerte” se me ocurrió contarles que, a propósito, el día sábado estaba invitado a saludar a un amigo de mi familia, en su oficina en uno de los astilleros al otro lado del río, pero que, a razón de lo lejano y difícil que yo veía llegar allí, lamentablemente, lo más seguro sería que desistiera de hacerlo. Haciendo bromas con mis problemas respecto a la comida sueca, que el pasado lunes yo le comentara en el parque, por alguna razón, la amabilísima Fröken se interesó por conocer, mi estricto horario para mis visitas al restaurante Victoria. Terminada la grata charla, las coquetas estudiantes continuaron su camino, y yo a mi turno, en un santiamén llegaba a mi cercano apartamento.

El jueves 11 por la tarde, antes de mi cena y, por cierto, muy cerca del Victoria, tuve la agradable sorpresa de volver a encontrarme con mi amigable Fröken, dándome la impresión que estaba esperando por mí, como en efecto así me lo manifestara, pasando de inmediato a saludarme de parte de su mamá, y a darme la grata noticia que su padre, encantado se ofrecía a acercarme en su auto, para atender mi visita en el astillero, a la hora que yo le indicara. Ante tan placentera oferta, aun no dando crédito a mis oídos, sin pensarlo dos veces, y agradeciéndole enormemente, le informé que en el astillero Götaverken debería estar a la 12 de día en punto. Nuestra breve charla no pasó de ponernos de acuerdo en que, al día siguiente viernes, en el mismo lugar y hora, nos volveríamos a encontrar para ajustar detalles. De pronto así de fácil, parecía que la esperanza, que dicen es lo último que se pierde, retornada a mi afligida alma.


Acelerando el relato, el 13 de agosto de 1955, un sábado por aquel entonces, medio día de trabajo en Suecia, vistiendo mi traje preferido, y luciendo flamante corbata sobre impecable camisa blanca, tuve el gusto de conocer al amable Señor Larsson que, junto con su hija, me esperaban en frente del edificio en que moraban… ¡Tan sólo a media cuadra del Parque Haga! El viaje en su automóvil, fue en sí, un suceso placentero. Hablamos de lo bueno y de lo bello, de Colombia, de Suecia, del magnífico verano que aun regía en Gotemburgo. Me contó sobre su oficio como experto controlador de soldadura clasificada, en la construcción de buques; de la enorme cantidad de empleados en los astilleros, y de la población industrial que, esparcida por los pueblos satélites, daba empleo a miles de personas que, aportaban su profesional trabajo, y sofisticados productos, para la construcción y equipamiento de los barcos de todo tipo, que casi mensualmente, se echaban al río, deslizándose de sus rampas inclinadas, después de su bautizo. Con mi cordial y muy simpático anfitrión, me entendía a las mil maravillas. Con él no podía otra cosa, más justa y honorable que, serle completamente franco. Aunque no fuera un secreto para él, nada de destructores le mencioné, pero sí, obviamente, que visitaría a mi Comandante, sin desvelarle, no faltaba más, la amarga razón que me obligaba, y nada que comprometiera a su bella hija… ¡Válgame Dios!

Placa en bronce de AB Götaverken.
Llegados a Götaverken, el Sr. Larsson y su hija me acompañaron a la amplia y elegante recepción, en el edificio principal del enorme astillero. Entendiendo que me tocaba tomar la iniciativa, acordamos que me esperarían en un cómodo rincón, lujosamente amoblado para tal efecto. Acto seguido avancé hacia el imponente mostrador al fondo, mas, a medio camino, de una carrerilla me alcanzó la pequeña Fröken, y muy pegadita a mí, no queriendo dejarme solo, seguimos juntos en dirección a la sonriente recepcionista que no se había perdido de tan cariñoso gesto. Era justo que la inocente niña así lo hiciera, siendo precisamente ella, quien hasta este lugar me había traído, y además… ¿Acaso no se trataba de una visita a un amigo familiar?

Saludando cortésmente a la elegante anfitriona, le entregué mi pasaporte y le expliqué sobre mi cita con el Sr. Capitán Berrío, de Colombia. Estando en esas, un señor de distinguido porte, que se encontraba en las inmediaciones hablando con otras personas, disculpándose de ellas, rápidamente se acercó a nosotros, y diciéndole algo a la recepcionista, se dirigió a mí en perfecto castellano:

─ Buenas tardes. Soy Bengt Dahlgren, Director de Relaciones Públicas. Escuchaba que usted desea encontrarse con el Capitán Berrío.

Como un rayo me puse en posición de firmes, y haciendo una ligera inclinación de mi cabeza, le contesté en voz alta:

─ Cadete Luis Eduardo Schroeder. Encantado, señor Director.

─ ¡Ah! Usted es uno de los cadetes recién llegados. ¡Encantado igualmente! …y bienvenido a Suecia.

… expresaba el Sr. Director, prodigándome un afectuoso apretón de manos, a la vez que miraba a mi alegre “protectora”. Haciendo luego un discreto gesto en dirección de su padre, agregó en tono de complacencia:

─ Veo que viene acompañado. ¡Bienvenidos todos!

Fröken Käth Mariana Larsson
(agosto 1955)
…y extendiéndole su mano a mi sonriente Fröken, le preguntó cómo se llamaba; a lo que ella, apenas rosando delicadamente con su derecha, la mano extendida por el gallardo Director, simultáneamente hacía una encantadora genuflexión, llevando su pie izquierdo ligeramente atrás; y con su mano izquierda halando suavemente de su falda, a la vez que, inclinando levemente su cabeza mirándolo a los ojos, pronunció su bello nombre. Yo no era el único que gozaba de tan graciosa ceremonia, puesto que, identificándose con ella, la recepcionista, inclinando igualmente su cabeza, llevó a su mejilla una de sus manos, en señal de admiración. Entretanto, el cortejo de señores presentes en el local, halagados no se perdían detalle de lo que allí ocurría.

Volviendo a nuestro asunto, el Sr. Dahlgren, quiso saber si me encontraba cómodamente instalado en el apartamento de Fröken Pilfors, a quien conocía muy bien. Me preguntó sobre mis otros compañeros, y cómo nos iba en nuestros cursos, especialmente aprendiendo sueco. Le interesaba conocer mi opinión sobre la comida en el restaurante Victoria. Me comentó que tenía un amigo alemán del apellido mío, y muy familiarmente me preguntaba sobres mis Padres. Me explicó que el español, lo había aprendido en la misma Escuela Superior, pero que lo había perfeccionado en Argentina, y otros países suramericanos en donde había trabajado. Y estando yo respondiéndole, o preguntándole algo, tratándole respetuosamente de Sr. Director, de pronto me interrumpió rogándome cordialmente:

─ Llámeme “Don Benito”, por favor, como los amigos colombianos me han apodado, y que me gusta mucho.

Don Benito resultó ser “la araña en la red” entorno a la Comisión de Colombia, instalada en las oficinas de la Dirección de Götaverken. Persona culta, era un verdadero políglota, filántropo, diplomático, y cordial hasta los tuétanos. Todo lo solucionaba a pedir de boca, sin nunca eclipsarse su sonrisa. Gracia a él, gran parte de la sofisticada maquinaria de logística administrativa, social, cultural, y de transportes personales, favoreciendo a la parte humana colombiana, funcionaba a las mil maravillas. En un futuro no muy lejano, Don Benito se convertiría en mi “Mentor” y, no solo me abriría las puertas para rehacer mi vida profesional, sino que, se convertiría en uno de mis más respetables y fieles amigos, y de mi joven familia en Suecia. Él nunca se olvidaría de ésta, para él, encantadora y atrevida visita “nuestra”, al Comando colombiano en Gotemburgo.

Volviendo la mirada hacia el Sr. Larsson, Don Benito nos invitó a reunirnos con él. Su encuentro se realizó con la más estrecha camaradería, como si se conocieran desde hace tiempos. Hablaban jovialmente en sueco, y con emotiva curiosidad, se permitieron juntamente, fijar sus alegres miradas en la pequeña niña y su “acompañante”, diciéndose algo entre ellos que, sin yo entenderlo, tocaba curiosamente mis más profundos sentimientos.

El tiempo apremiaba, y dirigiéndose Don Benito a mí, me sugirió:

─ Apurémonos a subir al despacho de su Capitán. El señor Larsson estará muy bien atendido aquí. Tendré el gusto de “acompañarlos”. Yo tengo algo que comunicar a los amigos colombianos, así que la oportunidad será cordialmente compartida.

Diciendo esto, ya estábamos en camino al ascensor. Don Benito aceptaba, como una grata condición, que mi pequeña amiga continuaría en mi compañía. Pronto llegamos al último piso, en donde los amplios corredores, y espacios de descanso, estaban alfombrados, y costosamente amueblados. Nuestro gentil guía tocó a una puerta, abriéndola de inmediato. En el interior de lo que aparentaba ser una antesala, mi Capitán Berrío parecía estar dictando algo a una secretaria. Al vernos entrar, con aparente sorpresa se apresuró a expresar:

─ ¡Don Benito, estaba pensando en usted!  ¡Cómo me le va!

Don Benito le contestó con la misma entonación afable, y mirando hacia nosotros, le dijo que tenía una “joven visita”, a lo que yo de inmediato, en voz alta agregué:

¡Permiso sigo, mi Capitán!

Capitán de Fragata Jorge Berrío Posada.
Como era de esperarse, mi superior concentró su mirada en mi pequeña acompañante, y prefiriendo continuar el diálogo con Don Benito, yo entendí que debía esperar mi turno con respeto. Advirtiendo con discreción, la ausencia de un saludo a sus visitantes, muy diplomáticamente el Director, se disculpó para retirarse, asegurándole a mi Capitán que en breve estaría de vuelta, trayendo consigo algo que olvidara en su despacho.

Mientras que esto acontecía, tomaba de la mano yo a la niña, y lentamente la guiaba hasta alcanzar los reglamentarios tres pasos, optando allí mi posición a discreción. Terminada la conversación, Don Benito se acercó a nosotros, y dándonos la mano, se despidió manifestando su deseo de volver a vernos, recordándome acto seguido, lo fácil que era volver a la recepción. Puesto el Director en marcha hacia la puerta, entendí que mi turno había llegado, por lo que, en posición de firmes pronuncié en voz alta:

─ ¡Cumplida su orden, mi Capitán!

Don Benito se detuvo, y con sorpresa a los tres nos miraba. Claras señales de marcada contrariedad, brotaron en el rostro de mi Capitán. Un funeral silencio bloqueaba por fortuna, el martirizante eco de mis palabras pronunciadas. Mi corazón trataba fugarse de mi pecho, para eludir lo más tremendo que yo esperaba.

Retirado Don Benito por completo, por fin se pronunció mi Capitán, dirigiéndose en inglés a la todavía sonriente Fröken. Muy amable le extendió la mano saludándola bienvenida, y ella de inmediato, repitió la encantadora genuflexión pronunciando su nombre, como se luciera abajo en el recibo de la empresa. Claramente halagado, mi Capitán le pregunto su edad, y la más corta respuesta no se dejó esperar:

─ ¡Fourteen!

─ ¿Pardon?

Sorprendido mi Capitán, aun tratando de ocultarlo maestralmente, me aproveché del corto silencio para, discretamente, repetírselo en español, más con la intención de resaltar la tierna edad de mi pequeña acompañante:

─ Catorce años, mi Capitán. …y gratificándome intensamente en mis adentros, agregué:

─ Su padre nos espera abajo en la recepción. El señor Larsson, muy amablemente se ofreció a traerme, por la congestión del tráfico un día sábado como éste.

Unos minutos de expansión, en Götaplatsen.
Estatua de Poseidon al fondo.
Dándonos mi Capitán, repetidas miradas girando lentamente su cabeza, en talante alegre decía cosas y formulaba preguntas, a las que automáticamente, uno de los dos contestaba. A mí no se me ocurrió alimentar la breve charla, con comentarios propios, y mi delicada Fröken al decir algo, me prodigaba una discreta mirada, en procura de aprobación o coletilla. La corta entrevista pasó volando, y al solicitar yo, permiso para retirarme, ella me acolitó, repitiendo una pequeña genuflexión sin dar la mano, ni decir palabra alguna. Una vez en el corredor, henchido de contagioso júbilo, abracé, en enorme gratitud, a mi adorable salvadora. ¡Sí, sí, sí! …me decía con ahínco en mis adentros. Ahora el pequeño problema, estaba en camuflar de mi parte, la brevedad de la visita, por lo que, “ex profeso”, dedicamos unos minutos extras, a contemplar los admirables modelos y maquetas de buques de todo tipo, en un salón continuo.

El viaje de vuelta fue rápido y feliz. Pese al intenso tráfico iniciándose para todos, el merecido fin de semana, de pronto nos encontramos estacionando el carro, en el frente de la residencia de la familia Larsson. Puesto pie en tierra, mi pequeña acompañante, súbito se convirtió en orgullosa anfitriona, dándome la alegre noticia de que su mamá nos esperaba, con un delicioso almuerzo.

Terminando esta triste, y a la vez jocosa, “Memoria” de mi vida, debo admitir que, transcurridos sesenta (60) años desde entonces, aun me pregunto… ¿Cuál fuera el crimen que cometiera, para hacerme acreedor a semejante calvario?  También me confunde tener que recordar, aquello que, con juvenil entusiasmo tantas veces yo cantara…
«…Soy caballero del ancho mar…»
¿Sería posible que esta divisa, tan solo era válida en el ancho mar? ¡Me niego a creerlo! Además, la caballerosidad, la mayor consideración, y el respeto a las mujeres, fue una de las primeras reglas de educación que, llegándome la de edad de los pantalones largos, mi Padre sagradamente cumpliera en inculcarme. Estoy más que seguro que, de yo habérselo confesado, él hubiera sido el primero en celebrar con mucho orgullo, mi genuina y espontánea reacción de caballerosidad y valentía, aun admitiendo la grave falta por mi retraso a mi deber. Pero por respeto a él, y con emotiva consideración e inmenso amor, tan sólo me permití narrarle con el mayor agrado, el feliz pasaje en el Parque Haga, aquel bello día de verano, cuando apenas llegando a Suecia, dispuesto a cumplir fielmente con la más honorable misión que mi Patria me encomendara, conociera por primera vez, a la niña que, con los años, echa mujer, se convertiría en mi amada esposa en católico sacramento, en madre de mis hijos, abuelita de mis nietos, y queridísima bisabuela de mis bisnietos.

Mis queridos Padres, y mi confidente hermano, pasaron al Reino del Señor, exonerados de la truncada divisa de los “caballeros del mar”, y al igual que ellos, mis hijos, toda nuestra gran familia, y con ella nuestras queridas amistades, sólo conocían hasta este remarcable día, aquel feliz pasaje, enmarcado con el acrobático revoloteo de alegres palomas, que llegó a convertirse en fecha familiar, objeto de nuestra fiel celebración en íntimo jolgorio.

¿Qué moraleja se puede sacar de tan conmovedora historia?

¡Yo lo sé! …lo estoy viviendo en persona, y encantado lo comparto con mi prójimo:

¡Que nuestro Ángel de la Guarda existe!


…y que el mío, mora en el corazón de mi adorada Fröken, y desde allí nos protege e inspira a toda nuestra querida familia, hasta el fin de nuestros felices días.

Terminado con las máquinas.


Luis Eduardo Schroeder Soto.









1 comentario:

  1. As always a fantastic retrospect! A glimpse to the past and a unique possibility to see history come alive through your words – with wonderful details of sceneries, people, dialogs and sentiments - of a period in your life that not only must have been one of the most important and decisive for “Cadete Schroeder” but also for the young man that eventually was to become my father.
    And as to the last conclusion I can only agree – Guardian Angels are for real …. but in my case there are two!
    Gustavo Alexander
    (Hijo)

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