Yo Cadete Firpo, Final


¡Los claros clarines de pronto levantan sus sones,
su canto sonoro,
su cálido coro,
que envuelve en un trueno de oro
la augusta soberbia de los pabellones! *



* apud: “Marcha triunfal” de Rubén Darío (1867-1916)

Misión cumplida en Suecia.

Por:
Luis Eduardo Schroeder Soto
24-026 Desde Suecia.
Publicado en la Cyber Corredera No. 183 (2016.05.30).

Terminando esta serie de mis memorias sobre la Gran Aventura de los diez (10) Cadetes Firpos en Suecia, me es muy grato incluir unas cortas palabras sobre nuestro grado de Oficiales, el cese del laudable ostracismo voluntario, el viaje de retorno a la querida tierra, y reincorporación al servicio en la Armada Nacional de Colombia.


Yo Cadete Firpo; Portada: Introducción al Relato. Contiene enlaces para todos los capítulos.


Examen de Oficial en Näsby Park.

Completando tres (3) años y un (1) mes redondo, contados del día de nuestra incorporación en la Real Escuela de Guerra Naval (KSS) en Näsby Park, Suecia (1955.10.02-Do.), integrando el Curso de 1955, llegó por fin el soñado día de nuestra promoción a Oficiales, el martes 23 de septiembre de 1958. Cabe mencionar que los compañeros del Contingente XXIV se habían graduado en Cartagena (ENC), el sábado 7 de diciembre de 1957, o sea que ya llevaban de oficiales nueve (9) meses y dieciséis (16) días, mientras que los del Contingente XXV aún no se habían graduado.

Formación en el Patio de Armas.
El programa en este día fue “tradicionalmente sencillo”. Todos los Cadetes Abanderados de las líneas Naval militar y Artillería de Costa (Guardiamarinas y Alféreces), tanto del Servicio Activo, como de la Reserva, nos habíamos congregado en Näsby Park, en uniforme regular de calle, para la izada de la Insignia Naval (Bandera de Guerra de Suecia). Los Cadetes de los cursos inferiores, no estaban presentes a razón de seguir embarcados un par de semanas más. Los “graduandos” formamos en el patio de armas cubierto de nieve, habiendo comenzado a nevar relativamente temprano este año. Con el tiempo nublado y sin capote ni guantes, el frío se dejaba sentir marcadamente, tanto más al prolongarse la ceremonia con un saludo especial del Comodoro Hans Gustaf Otto Carlsson Uggla, Director de la Escuela desde entrada la primavera, y por la entonación de un par de salmos en coro con todos los presentes, acompañados por la Banda de Músicos de la Real Flota. Esta sería la última vez que nosotros los Firpos asistiríamos a esta ceremonia, con nuestras insignias de Guardiamarinas de la KSS. (Abajo incluyo una muestra de mis insignias que conservé como un grato recuerdo).

Izada del Pabellón de Guerra.
Luego marchamos al Coliseo Cubierto, en donde tomamos asiento en la silletería central. A ambos lados se acomodaron los oficiales y profesores que nos habían ilustrado y acompañado durante el tiempo de nuestra formación, junto con otros invitados, y familiares de los Abanderados. Un Pabellón de Guerra tamaño mayor, franqueado con los escudos de la Real Flota y la KSS, lucían al fondo del recinto, y arreglos florales con efectos de luz, contribuían a darle al enorme domo, un aire acogedor. Nuestro Tricolor no se veía por ninguna parte, siendo éste, un acto oficial enteramente sueco. La ceremonia de promoción a Oficiales consistía, como quedó indicado en el título, de un Examen Final, a ser sostenido oralmente por una junta examinadora, constituida por cuatro (4) Almirantes en servicio activo, acompañados por Oficiales de alto rango jubilados, invitados especialmente, celebrando ellos aniversario de “oro” de su propia promoción. Obviamente, presente se encontraba el Comandante de la Real Flota de Suecia, Vicealmirante Stig H:son Erikson, junto con miembros de su Estado Mayor. También nos acompañaba el Comodoro Sven Samuel Gustaf David Hermelin, quien fuera nuestro Director desde el verano de 1955 hasta ser relevado del cargo por el Comodoro C:son Uggla.

Comodoro Uggla y Comandante del HMS Älvsnabben.
La ceremonia se inició con una alegre marcha interpretada por la banda orquestal, y terminada ésta, el oficial Ayudante de la Dirección de la Escuela, Capitán C. Falkenberg, iniciaba su labor de moderador de los actos. El primero en tomar la palabra fue el Sr. Director, comenzando con dar la bienvenida a todos los presentes, pasando luego a referirse a la tradicional ceremonia que se iniciaba y, entre otras cosas, a la importantísima misión de la Escuela en la formación de los elementos humanos, que integrarían el exclusivo elenco en cuyas manos se depositaba la responsabilidad de operar, conducir, y mantener siempre a la vanguardia de la más reciente y efectiva tecnología, todas las unidades en mar y tierra de la Flota, etc., etc. Dedicó uno minutos a los cursos llamados al Examen, nos prodigó a los colombianos un honroso reconocimiento por haber cumplido, con tenacidad y magníficos resultados, el reto de hacer nuestra la exhaustiva labor, originalmente diseñada para nuestros compañeros suecos, y dedicó unas palabras henchidas de congratulaciones para los Oficiales jubilados que celebraban sus laureados aniversarios.

Ceremonia en el Coliseo Cubierto.
El Examen en sí, era más simbólico que concluyente, pero severo en toda forma, siendo un acto para, supuestamente, sondear en público la calidad de los conocimientos de quienes, en este día, serían promovidos a Oficiales de la Real Flota de Suecia. Esto implicaba que el Examen no era meramente individual, sino colectivo atañendo a todos los integrantes de la Promoción en sus respectivas líneas. Era entendible entonces, que se convirtiera en un importante y delicado pasaje, tanto para quien fuera interrogado, como para todos sus compañeros. Los Cadetes Abanderados a ser examinados, eran escogidos al azar. Para esto, los nombres de todos a ser promovidos, estaban escritos en pequeñas papeletas reunidas en una urna, a la vez que otras papeletas conteniendo preguntas, en cualquiera de las asignaturas, o temas, a ser dominados por los candidatos, estaban igualmente preparadas y colocadas en otra urna aparte.

Guardiamarina KSS.
Iniciándose la sesión “inquisitoria”, el Oficial moderador anunciaba al examinador en turno, presentándolo con su grado y nombre, siguiendo el orden establecido entre ellos, quien sacaba una papeleta con el nombre del Abanderado a ser interrogado, lo leía luego en voz alta, el aludido se ponía de pie y titulando al superior con su grado, repetía el suyo con su nombre, a lo que el examinador escogía entre formularle una pregunta propia, o sacar una papeleta con una preparada previamente. Antes de responderla, el examinado declaraba en alto haberla entendido correctamente. Se puede entender entonces, el gran suspenso que originaba este tradicional espectáculo, compartido tanto por el examinador y examinado, como prácticamente por todo el auditorio. Sin embargo, una vez iniciado el proceso, todo se desarrollaba dentro de la mayor holgura y cortesía, entablándose a veces un interesante diálogo entre los dos protagonistas, y por lo general, aun detectándose el humano nerviosismo en alguno de los interrogados, todos salían a fin de cuentas favorecidos, no faltando los reconfortadores y calurosos aplausos. El número de los “graduandos” examinados, se decía que podía oscilar entre una decena, y poco más de una docena.


Uno de mis compañeros de curso, el Flaggkadett 118 Lundström, encantadora persona, y uno de mis mejores amigos entre los suecos, a quien lo que le faltaba en altura, le sobraba con creces en inteligencia, fue uno de los examinados, en verdad el último, quien, gracias a su gran simpatía y luces personales, se encargó de cerrar con broche de oro el proceso del Examen Final, convirtiéndolo en el más corto, lucido y grato en la historia de la KSS. Su examinador resultó ser un veterano Contralmirante, de voz fuerte y corroída por la sal, que hizo chirrear las vigas de madera del esplendoroso coliseo para atletismo, al ponerse igualmente de pie para espetarle al 118, no una pregunta, sino la siguiente “orden”, que aún en nuestros días muy pocos podrían satisfacerla tan expedita y correctamente:

─ Dígame Guardiamarina… ¡Cuáles acontecen con más frecuencia, entre los eclipses de sol, y los eclipses de luna!

No pasaron más de dos (2) centésimos de segundo, cuando la voz de tenor de Lundström ya se oía hasta con eco en la enorme bóveda del coliseo.

¡Almirante! …los de sol… ¡Almirante!

Sorprendido por las tres cortísimas monosílabas, que cortaban el aire con la velocidad e indolencia de un rayo en el desierto, el Contralmirante decidió otorgarse cuatro (4) centésimos de otro segundo, para escudriñar el horizonte en torno al 118, reajustar su mira sobre el blanco, decidido a remacharlo con un último disparo.

─ ¡Explique por qué! … Guardiamarina.

A penas se alcanzaron a oír las últimas sílabas “…marina”, cuando a forma de rebote, la contundente respuesta de Lundström, ya había hecho impacto en los tímpanos de la audiencia.

¡Almirante! …porque acontecen de día… ¡Almirante!

Un silencio sepulcral invadió el recinto, el sudor frio corría por el rostro de unos tantos, y procurando afanosamente una señal de vida en mi rededor, me di cuenta que el semblante de la mayoría estaba más pálido que el de la luna en menguante. Todo parecía ir en cámara lenta a punto de coger pátina interplanetaria, cuando el mismísimo astrólogo y astrónomo jubilado, con una risotada contagiosa, desintegró en átomos la horrible apatía que amenazaba acabar con nuestra fiesta. Unos tímidos aplausos iniciales, seguidos de carcajadas nerviosas, fueron aumentando vertiginosamente en decibeles y tempo, convirtiéndose en jolgorio incontrolable, que absolutamente no acababa con nuestra fiesta, pero sí resolutamente con la fase de preguntas, mientras que nosotros los “graduandos” nos peleábamos los centímetros para llegar hasta la cabeza del 118 Lundström, y revolcarle el poco pelo que le quedaba. Uno que otro ¡Bravo! …y al final hasta chiflidos de público futbolista, se relevaban por andanadas. Muy complacido y condescendiente con el espectáculo de francachela vivida por la audiencia, el Director de la Escuela se demoró en darle al Oficial moderador, la señal para que procediera a efectuar el siguiente cambio de tercio en el programa, consistiendo en otra animada melodía interpretada por los músicos, a los que se les veía luchar por controlar sus propias carcajadas, que les mermaban el aire que ahora necesitaban para sacarle tono a sus instrumentos.

El Comandante de la Real Flota, promulga la Promosión de los nuevos Oficiales.
Terminado el reconfortante intermedio musical, el Comandante de la Real Flota Vicealmirante Stig H:son Erikson, fue invitado a apoderarse del podio y del micrófono. Era la sexta (6ª) vez en años consecutivos, que se dirigía a la selecta audiencia congregada en la sede de la Real Escuela de Guerra Naval, con el laudable motivo de promulgar la promoción a Oficiales, a un grupo de entusiastas Cadetes Abanderados, y así seguiría haciéndolo por tres (3) años más, hasta 1961, cuando ascendido a Almirante, se retiraría del servicio activo para pasar a desempeñarse en la Corte Real, como Mariscal del Reino. El Comandante inició con un corto discurso alegórico al acto, y en el momento en el que con sus elocuentes palabras nos declaraba Oficiales Navales… ¡Cantaron a los Cuatro Vientos los Claros Clarines! …siguiendo luego una alegre marcha interpretada por la Banda de Músicos de la Real Flota, mientras nosotros nos felicitábamos entre sí con fuertes abrazos, palmadas en la espalda, regocijo al que se volcaron a participar los familiares y otros invitados.

¡Cantan los Claros Clarines!
Nuestro Comandante de curso, Löjtnant Frithz, se reunió a nosotros y felicitándonos de uno en uno, nos entregó el Certificado del Examen Final de Promoción a Oficiales. Un importante documento que sigue la sencillez y los parámetros establecidos para los Exámenes (Grados) en Universidades y Escuelas Superiores en Suecia. Su tamaño es el de una hoja de papel común en formato A3 (297x420 mm) doblada por la mitad, formando una cartilla de cuatro páginas en formato A4 (210x297 mm). En la página de portada lleva la identificación de la Institución que lo emite, con una corta descripción de lo conferido, y en las dos páginas interiores la especificación detallada de lo estudiado, en nuestro caso, un listado completo de todas las asignaturas, materias y temas, teoréticos y prácticos, cursados durante todos los años de formación, en tierra y en unidades a flote, con las calificaciones reales obtenidas, llevadas a un resumen porcentual calculado mediante la aplicación de coeficientes, acuerdo a su extensión, grado de dificultad, e importancia. Firman el documento el Jefe de la Escuela, Comodoro C:son Uggla y su ayudante el Capitán C. Falkenberg.

Incluyo una copia del título de nuestro Certificado, que traduzco como sigue:
En la ceremonia no hubo entrega de espadas, ni uniformes de gala, ni parada marcial con toda la Escuela, ni lluvia de condecoraciones, ni mucho menos bellas madrinas elegantemente ataviadas. Después de un ameno almuerzo que tomamos en el comedor de cadetes, los examinados nos retiramos a los edificios de alojamientos, para allí cambiarnos a nuestros uniformes con las nuevas insignias de Tenientes de Corbeta. Los Firpos entregaríamos para siempre los uniformes suecos, y los colombianos que utilizáramos en las franquicias, durante toda nuestra estadía en la Real Flota de Suecia, ya habían sido oportunamente dotados de las correspondientes franjas áureas encocadas, no obstante, como se constataría más adelante, aún no teníamos licencia para portarlas, por lo que yo, junto con la mayoría de los Firpos, optamos por vestirnos de civil hasta ser reconocidos por la Armada.


La oscuridad de la estación, y la parsimoniosa naturaleza que ahora cubría su gris desnudez, con un tenue manto de cristales blancos, productos de la total flaqueza de los rayos solares para derretirlos, súbito me hicieron revivir aquel enorme silencio que, a mi llegada a Suecia (1955.08.05-Vi.), pareciera triplicar el volumen de la atmósfera (Yo Cadete Firpo, II). Tres (3) eternos años habían pasado vertiginosamente. Mis diecisiete (17) sosegados abriles de entonces, de la mañana a la noche se habían transformado en veinte (20) indigentes septiembres sin tiempo para nada. Hecho Oficial, pudiéndolo comprobar con un valiosísimo currículum extraído de mi vida real, y un certificado que no precisaba de refrendaciones consulares, al fin de la faena mi espíritu podía exclamar… ¡Misión Cumplida!

A la vela en Näsby Park.
Una semana se nos dio para arreglar nuestras cosas, siguiendo alojados en nuestros camarotes de cadetes. Por suerte había aprovechado para despedirme personalmente del Comodoro Hermelin en el día del Examen, y entre otras cosas volver a reiterarle mis inmensos agradecimientos por todo lo que había hecho por mí, especialmente hacía un año, cuando me enfermé de gravedad de Fiebre Asiática (1957.08.21-Lu.). Aquel lunes a la hora del alza, mi cuerpo no respondió, por lo que con una fiebre que superaba los 41º, me llevaron en camilla a la enfermería en el Palacio, en donde pasé dos (2) semanas completamente aislado, metido en una tienda de fuerte plástico transparente, a la que sólo el médico y un par de enfermeras, con máscaras y trajes anti-pandemias, tenían acceso. Los cinco (5) primeros días pasé inconsciente, con una calentura que, me contaban luego, estuvo a punto de llevarme al trópico del otro mundo. La Fiebre Asiática atacó fuertemente a Suecia (oct. 1957 – oct. 1958) con un millón (1.000.000) de enfermos, causando 567 muertes. La cifra de fallecidos en todo el mundo, llegó a cinco millones (5.000.000). Yo fui el único enfermo en la Escuela y Villa de Näsby Park. Varios cadetes fueron recluidos para observación, entre ellos mi compañero de camarote, y el resto de alumnos fue evacuado. Convertido en una cerilla andante, el lunes 4 de noviembre se me permitió integrarme a la rutina general, sometido a un régimen alimenticio expresamente recetado, junto con terapia de rehabilitación que, relativamente rápido, me fue permitiendo recuperar la salud y energías normales.

Durante aquella última semana en la Escuela, tenía muchas personas de quienes despedirme, y expresarles mis eternos agradecimientos; entre ellas nuestra Ama de Comedor que siempre me prodigara la mejor atención, con cierta preferencia personal, sin olvidarme del Bibliotecario, y los encargados del amarradero y mantenimiento de las embarcaciones menores, que tantas horas de placentera navegación a vela me facilitaron, reservándome mi bote velero de preferencia.

El accidentado vuelo de regreso a casa.


El miércoles 1º de octubre de 1958, día de mi vigésimo primer (21) cumpleaños, dejaba para siempre la Real Escuela de Guerra Naval (KSS) en Näsby Park, destino a Gotemburgo con la intención de despedirme de “mi” familia Larsson (Cadete Firpo, II – Anécdota Insólita), y de otras amistades como “Don Benito” Dahlgren, y el nuevo Cónsul General de Colombia y su esposa sueca, con quienes entablara una estrecha amistad. Al día siguiente, jueves 2, tomé en el aeropuerto de Torslanda, el avión para continuar viaje destino a París. Atrás quedaba Suecia, país en el que me hice hombre, mayor de edad, y Oficial Naval acreditado en su Real Flota. En este reino social, que me abrió sus brazos convirtiéndose en mi segundo hogar, había permanecido tres (3) años y dos (2) meses redondos.

Super Constellation de Avianca.
En París, los diez (10) Oficiales Firpos nos embarcamos en el vuelo 777 de Avianca destino Barranquilla, con escala técnica en San Juan de Puerto Rico. El “decolage” en un flamante Super Constellation, se efectuó en horas de la tarde instalados en Primera Clase, con nuestros corazones henchidos regocijo, al emprender por fin el feliz regreso a nuestra querida tierra. En aquella cabina en donde se hablaba nuestra propia lengua, todo se hacía exquisito para nosotros. Alguien de nuestro alegre grupo, expresó lo que todos llevábamos a flor de boca… ¡Carajo! ¡Lo logramos! …así que teníamos justo motivo para celebración, y orgullosamente satisfechos lográbamos el esperado chance de poder relajarnos, durante las largas horas de viaje que teníamos por delante.

Antonio, Eduardo y Álvaro, abordan el vuelo 777 de Avianca en París, (1958.10.02.Ju.)
Entrada la noche volando sobre el Atlántico, habiendo dejado atrás el continente europeo, la nave empezó a dar tumbos en el aire, de tal forma que nos hizo reaccionar a los marinos entregados en el reposo de Morfeo. Ahora todo indicaba que era Neptuno quien tomara la iniciativa complicándonos la vida. El avión había entrado en una terrible tormenta eléctrica, induciendo tremendos bamboleos y vacíos que empezaban a causar pánico en los pasajeros. El capitán de la nave explicó por los altavoces, que nos encontrábamos en medio de un furioso temporal, pero que se hacía lo máximo para salir de éste. Cuando las azafatas comenzaron a despejar las salidas de emergencia, a dar instrucciones para bajar las cortinas de las ventanillas, asegurarnos los cinturones de seguridad y colocarnos los salvavidas inflables, el ambiente se tornó algo delicado en la cabina. Uno de los compañeros que se empeñó en mirar por su ventanilla a estribor, y anunciaba los tremendos relámpagos que cada vez se acervaban más al avión, gritó de pronto… ¡Coño! ¡Un motor está apagado!

Los que estaban más cerca por ese costado, se lanzaron a comprobar con sus propios ojos que, en efecto, la hélice más lejana no se movía. Estando especulando en voz alta sobre la causa para que ese motor estuviese muerto, se acercó una azafata a rogarles discreción para no alarmar más a los pasajeros. Todas las luces en la cabina fueron encendidas para disminuir los efectos de los relámpagos que se filtraban por las cortinas. Llevábamos unas cuatro horas de vuelo, sin registrar una merma en la fuerza de la tormenta. La voz del capitán se oyó nuevamente por los altavoces. Trataba de tranquilizar a los pasajeros, confirmando que en efecto uno de los motores tuvo que ser asegurado, a razón del riesgo de incendiarse por la sobrecarga con la que funcionaba, y pasó a informarnos que, en contacto con las estaciones de control aéreo, recomendaban girar para iniciar el regreso a Europa, eludiendo definitivamente la profunda tormenta que parecía trasladarse con el mismo rumbo nuestro, y además, explicaba, que allí nos brindarían asistencia técnica más rápida para revisar el motor extinto. La iluminación en la cabina fue disminuida a la condición de reposo nocturno.

Transcurrido un largo rato, sin registrar marcada reducción en las condiciones atmosféricas, me dio la impresión de estar perdiendo altura. Para tratar de comprobarlo se me ocurrió mirar por mi ventanilla de babor, pero aún metidos en un enredo de nubes negras, no había posibilidad de verificarlo visualmente. Estaba lloviendo fuertemente allá afuera, y con el enorme centelleo que parecía intermitente, el metal del ala brillaba intensamente. El impresionante espectáculo aprisionaba mi atención, y estando en esas noté que el motor más cercano… ¡Estaba apagado!

Vuelo en tormenta eléctrica.
Mi compañero de al lado dormía profundo, por lo que, absteniéndome de llamar la atención de los demás, apreté el botón solicitando la presencia de la azafata, que en cuestión de segundos estuvo a mi lado, comprobando personalmente el nuevo motor extinto que yo le señalaba. El compañero se despertó, y aterrado de lo que oía, requería una explicación. La azafata nos rogó la mayor discreción, prometiéndonos que pronto volvería con noticias, que no demoraron. El capitán hablaría en breve a los pasajeros.

Facilitando el acceso a la ventanilla, a los Firpos puestos en alerta, me traslade temporalmente a un asiento desocupado. De uno en uno todos comprobaron con sus propios ojos, que la situación de ponía color de hormiga. Nadie hacía comentarios, y relativamente pronto se nos explicó la seriedad de lo que acontecía. Con sólo dos motores en funcionamiento, disparejos, por cierto, el avión perdía altura. El aeropuerto más cercano con todos los auxilios del caso estaba en Lisboa, en donde ya nos esperaban, pero teniendo aún algunas horas más de vuelo, el comandante nos explicaba que seguramente se haría necesario desprendernos de peso, y para esto la primera alternativa, la más eficiente, sería soltando la “barriga” del equipaje, que en estos aviones se aseguraba exteriormente a lo largo del cuerpo de la nave, entre los trenes de aterrizaje, una maniobra de emergencia que se efectuaría sin dificultad alguna, siendo anunciada previamente.

Unos pocos comentarios, a forma de broma, hicieron algunos de los compañeros, trayendo a colación lo que llevaban en sus maletas. El tiempo restante se hacía interminable, más aún cuando nuestra atención no se desprendía del estruendo causado por los dos motores en función acelerada. Yo me había determinado a no volver a chequear las manecillas de mi reloj, y así me resultó más fácil concentrarme en sólo pensar en cosas agradables, que dejé de hacerlo cuando las azafatas empezaron a darnos instrucciones sobre la salida de emergencia a la que cada cual debería dirigirse, en caso de recibir la orden para evacuar la nave. De pronto, todo parecía muy sencillo y nadie decía una sola palabra. El capitán nos instruyó preparándonos para un aterrizaje de emergencia en unos cortos minutos, advirtiéndonos de un fuerte impacto que sentiríamos al hacer contacto con la pista. Todos deberíamos verificar los cinturones bien ajustados, y mantener estrictamente el cuerpo inclinado hacia adelante, con una almohada entre la cara y las rodillas, hasta nueva orden.

Escala técnica en San Juan. Roberto  pide al fotógrafo "apretar el paso".
El impacto fue tremendo contra el concreto de la pista. Las máscaras de aire cayeron libres. Algunas compuertas del equipaje en la cabina se abrieron, dejando caer su contenido. Gritos y chillidos de pánico de algunos pasajeros, se mezclaban con el tremendo rugido y detonaciones producidas en los motores. Las llantas rechinaban, y poco a poco se reducía la velocidad de la pesada nave. Al dar de pronto un rápido viraje en la cabecera de la pista, por la ventanilla que me apresuré a librar de su cortina, vi una larga cola de potentes reflectores, y luces de todos los colores que a toda velocidad seguían al avión. El júbilo no demoró en estallar entre los pasajeros, muchos lloraban, otros reían a carcajadas, Santas Marías y Dioses Benditos, se relevaban con palabras soeces, en las bocas de algunos desvergonzados, mientras que otros tantos luchaban por respirar. En resumen, habíamos aterrizado conservando la “barriga” del equipaje, y tampoco tuvimos necesidad de lanzarnos por los rodaderos de emergencia. El avión llegó a máquina propia hasta la plataforma del terminal de pasajeros, en donde cantidad de gente salió a nuestro encuentro con ayuda de todo género. Los Firpos bajamos con nuestro equipaje de mano, y fuimos invitados a reposar en la sala de los VIP.

Después de una larga espera en Lisboa, en horas de la tarde de ese viernes 3 de octubre, reiniciamos el vuelo con el mismo avión de Avianca, destino a Barranquilla. Todo, se nos informaba, había sido debidamente revisado y solventado con los motores que, varias veces, fueron puestos en marcha en la plataforma, por una patrulla de técnicos en overoles blancos. Muchos de los pasajeros habían preferido permanecer en tierra. La escala técnica en San Juan tomó dos horas, recluidos en un estrecho local de tránsito en tierra. La brisa caliente reanimaba los ánimos, recordándonos lo que nos esperaba en casa, y de vuelta a nuestras poltronas en “primera”, como premio a nuestra paciencia, nos recibieron con mastodónticos cocteles de deliciosa “piña colada”.

Reincorporación a la Armada.


El tramo hasta Barranquilla pasó textualmente “volando”, aterrizando con prácticamente un día de retraso (1958.10.04-Sá.), y en horas de la tarde ya estábamos en la Base de Cartagena, en donde nos alojamos en los camarotes de la Cámara de Oficiales. Lo primero que hice fue tomar el teléfono para hablar con mis queridos padres en Bogotá. Una extraña sensación de nunca haber salido de Bocagrande, se apoderó por suerte de mi espíritu, suavizando el comienzo de un delicado proceso de readaptación al hábitat, en el que nuestra enorme aventura había empezado. Me parecía que todo marchaba a parsimonioso ritmo tropical. El lunes nos presentamos ante el Comandante de la Fuerza Naval del Atlántico, vistiendo nuestros uniformes negros. Después de esperar un buen rato, nos tocó el turno de cumplir con el deber de ponernos a órdenes del Comando. En la corta audiencia se nos dio la bienvenida, e ilustró que debíamos esperar instrucciones de Bogotá.

El lunes 10 de noviembre de 1958, transcurrido un (1) mes largo desde el arribo a Cartagena, recibimos por fin nuestras órdenes del Comando de la Armada. Durante la espera, se nos había permitido disfrutar de un par de semanas de vacaciones en nuestros hogares. Cuatro (4) años habían pasado sin ver a mis padres y hermanos.

Del Ejecutivo Nacional de la República de Colombia, firmado por el Ministro de Guerra, el Comandante de la Armada y el Jefe del Departamento de Personal de la misma, recibí el despacho en el que constaba que, por decreto No. 2228 de fecha 29 de octubre de 1958, se me “daba de alta” con el grado de Teniente de Corbeta del Cuerpo General, abonándoseme antigüedad con fecha 7 de diciembre de 1957, o sea a la edad de veinte (20) años, con la misma fecha de promoción de mis compañeros del Contingente XXIV graduados en Cartagena. Lo mismo regía para mis compañeros Firpos del mismo contingente.

Hay un detalle con respecto a la formulación del “ascenso” que se le hacía al “señor” Luis E. Schroeder Soto, tal como figuraba en susodicho despacho, sin duda determinada por el Comando de la Armada. Sobre esta enunciación, posteriormente llegué a desarrollar un concepto enteramente personal, que nunca divulgué a mis compañeros, no obstante la contundente importancia que llegaría a tener. Todo radicaba en que, infelizmente, faltó el grado militar al que yo, en cumplimiento a mi compromiso con la Armada, me hiciera acreedor con mis estudios y servicios en la Real Flota de Suecia. Era obvio que a un civil no se le podía “ascender” en un escalafón militar, como también era de esperarse que, en el mismo documento, se reconociera mi verdadera y legítima profesión de “Oficial de Guerra Naval”, como constaba en el “papel” que certificaba la aprobación de mi examen como tal, siendo “Guardiamarina” en la misma Real Escuela de Guerra Naval de Suecia. Desconocer estos dignos méritos era realmente lamentable, de allí que yo prefiriera referirme a la “dada de alta”, en vez del “ascenso” que se me hacía, para marcar el “impasse” que, en los mismos pasillos del Comando de la Armada, más adelante sería interpretado con efectos revertidos que, en el fondo, tocaban la posición jurídica acordada entre la Armada de Colombia y la Marina de Suecia, en conexión con las responsabilidades, obligaciones y beneficios de los cadetes colombianos sometidos a las leyes y reglamentos vigentes en el Reino de Suecia, durante nuestra formación como oficiales en éste. Esto tendrá su aclaración a su debido tiempo cuando, Dios mediante, Mi Teniente Schroeder tenga una oportunidad para ello.


Detalle del Despacho de Ascenso.

Junto con el mencionado despacho, recibí la orden de embarcarme en la fragata ARC Capitán Tono, de la que hacía tres (3) años y cuatro (4) meses, siendo cadete de segundo curso me había desembarcado (1955.06.05-Do.), teniendo la suerte y el gran honor de ser seleccionado, junto con nueve compañeros más, para continuar estudios de Oficial en Suecia, (Yo Cadete Firpo, I). Mi formación para hacerme Oficial de la Armada de Colombia, tomó en total cuatro (4) años y ocho (8) meses redondos [1954.03.11 - 1958.11.06]. Empecé cumplidos dieciséis (16) años, y llevaba un (1) mes de haberme hecho mayor de edad con veintiún (21) años cuando, pasando por el portalón del ARC Capitán Tono, haciendo honor a nuestro Pabellón de Guerra izado a popa, me integraba a la su insigne tripulación, premiada a llevar pintada en blanco, una enorme “E” en su chimenea, destacándola como la unidad más “Eficiente” de la Fuerza Naval del Atlántico. Era su Comandante el Capitán de Corbeta Alfonso Díaz Osorio.

Lleno de entusiasmo, y portando en mis adentros mis más profundos y sinceros sentimientos de agradecimiento, para con mis Superiores en la Armada Nacional, que en mí depositaron su confianza, confiriéndome la valiosísima oportunidad de seguir sus laudables pasos, me iniciaba en la carrera más gloriosa y hermosa en este planeta de los mortales. En mi corazón llevaba igualmente a mis queridos Padres que, incondicionalmente, me prodigaron todo su amor y apoyo.

Terminando esta serie de “Yo Cadete Firpo”, deseo expresar mi enorme gratitud a nuestra formidable Cyber Corredera, en las personas de su Director Dr. Jorge Serpa Erazo, y Cyber Editor TN Francisco Rodríguez Aguilera, por su invaluable colaboración y entrañable respaldo que me prodigaron, haciendo realidad mi sueño de contribuir con un granito de arena, al enriquecimiento de la Historia de nuestra Armada, publicando mi relato en memoria y honor de mis queridísimos Compañeros Firpos, en cuya compañía y solidaria amistad, viví los días más bellos de mi juventud, haciendo labor con ellos en pos de convertirnos en fieles soldados de nuestra Patria.



Adenda.


¡Adiós amigos!



“El Correo de Gotemburgo” del domingo 21 de diciembre de 1958.

Con esta cortés frase, los Oficiales de la Marina de Colombia Orlando Lemaitre y Ricardo Azuero, se despiden de Suecia, encontrándose el destructor “ARC 7 de Agosto” completamente listo para zarpar de Gotemburgo el viernes 26 destino Cartagena. La elegante señora Käth Schroeder, escoltada por los Oficiales, también tiene motivo para despedirse, viajando en enero próximo a reunirse con su esposo, también Oficial, que se adelantó hace un par de meses de regreso a su país. En la noche de ayer sábado, el Cónsul General de Colombia en esta ciudad, agasajó a estos distinguidos viajeros, junto con un grupo de tripulantes del destructor.

¡Terminado con las máquinas!

Luis Eduardo Schroeder Soto.









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